Policeman. Ha-shoter. Nadav Lapid. 2011
Ya desde el inicio, Lapid muestra su capacidad para desnaturalizar una escena que en principio parece de lo más común. Un grupo de hombres pedaleando en sus bicicletas por una ruta escarpada de Israel. “El país más bello del mundo”, como dice uno de ellos, momentos después, con sincera emoción y dando muestra de un patriotismo elemental. La forma en que la cámara se acerca y aleja del pelotón, genera un sentido de extrañeza en el espectador y permite aumentar la atención y el misterio. ¿Quiénes son estos hombres? ¿Qué hacen allí? ¿Qué sienten? ¿Qué piensan? (ver esta escena en el primer video más abajo).
A lo largo de toda la primera parte del filme, el director utiliza un recurso narrativo sumamente perturbador. Va mostrando sin apuro la vida privada de estos hombres. No sabemos donde trabajan, pero los vemos en un día de descanso disfrutando de la amistad que los une y no perdiendo oportunidad para decirlo explícitamente. Casi todos están en pareja. Se muestran rudos y machistas, pero no violentos. Es que cuidan a sus mujeres, pero no las hacen partícipes de sus distracciones, sino que quedan como meras espectadoras de los juegos de los hombres. Uno de ellos, Yaron, en quién el filme se detiene en especial para mostrarnos la intimidad de su hogar, es amable y tierno con su esposa que está a punto de parir. También es afectuoso con su madre.
Toda la primera mitad del filme intenta conquistar la empatía del espectador con los personajes masculinos, sin que por ello no dejen de emerger ciertas dudas y reparos sobre sus verdaderas identidades. La sensación de que son propensos a una violencia impiadosa va insinuándose por medio de pequeños gestos.
Nos enteramos de cual es el trabajo de los amigos cuando el filme, ya bien avanzado, nos muestra una reunión con uno de sus jefes. Hay un juicio pendiente. El grupo de camaradas forma parte de una fuerza policial de élite que ha matado a palestinos indefensos (¿Cuándo no?), y buscan como zafar de las consecuencias.
En una especie de segundo acto, el filme nos presenta a nuevos protagonistas. Se trata de un grupo extremista, formado por jóvenes tan idealistas como improvisados en la planificación de sus acciones. Quieren dar a conocer sus difusas proclamas antisistema a través de una acción que están concibiendo. Lo primero que salta a la vista es que los jóvenes son judíos, de nacionalidad israelí. Lapid rompe así con el fuerte estereotipo que predica el sionismo, al asimilar el terrorismo con los árabes en general y los palestinos en especial. Aquí los palestinos están fuera de campo. Cuando uno de los jóvenes quiere citarlos en la proclama que intentan redactar, otro lo censura. Lo que va ocurrir es un ajuste de cuentas entre judíos, entre israelíes, que se odian por sus diferencias de clase. Sin embargo, la conducta de los miembros de este grupo de jóvenes, en la vida privada, no parece muy distinta a la de los policías del primer grupo, y esto es lo más perturbador de la película hasta aquí. Sentimientos de apego, amistad, amor y lealtad van surgiendo con naturalidad a medida que el grupo interactúa. Aunque está claro la sinceridad de su idealismo.
Es en los tramos finales de la película donde se puede ver la calidad humana de cada personaje y ocurre cuando los dos grupos se enfrentan. Policías de élite por un lado y grupo extremista por el otro (ver la acción final en el segundo video). Allí, a través de la acción, se verá quien es quien. Es en este tramo del filme donde queda clara la toma de posición del director. Mientras los jóvenes mantienen secuestrados a varios miembros de dos ricas familias israelíes, los tratan con rigor, pero no los agreden o golpean. Cuando uno de los jóvenes dispara y mata sin querer a uno de los hombres secuestrados, entra en una crisis profunda. Se siente conmovido por lo que hizo. Todo lo contrario a lo que sentirán los policías cuando arremetan, con violencia obscena y terminen asesinando a casi todos los secuestradores. El desprecio absoluto que este grupo represivo de élite muestra por los jóvenes baleados, sin prestarles la más mínima ayuda aún cuando uno de ellos da muestra de estar vivo aunque malherido, resignifica todo el sentido del supuesto humanismo que los policías creen poseer. Queda definida también el tipo de sociedad que se ha ido conformando bajo la prédica del sionismo, donde la identidad racial, religiosa y cultural trata de esconder las profundas desigualdades sociales e ideológicas.