Tangerine. Sean Baker. 2015
Una historia convencional contada con una estética original. La última película del director estadounidense Sean Baker, relata una serie de sucesos que ocurren entre la tarde y noche de un 24 de diciembre en los suburbios de Los Ángeles. Dos amigas, prostitutas transexuales, se reencuentran después que una de ellas vuelve de la cárcel. Se trata de Alexandra (Mya Taylor) y Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez). Con el objetivo de encontrar al novio de la segunda, recorren las calles y se cruzan con variados personajes que van enriqueciendo la pintura de un sector social que habita en los márgenes de la ciudad.
Un primer acierto, es situar la historia en la víspera de Navidad en EEUU, sin paisajes nevados, ni pinos, ni Papás Noeles, como nos habíamos acostumbrado a ver en la mayoría de las películas de ese país ambientadas en el este. Aquí estamos sobre el Pacífico, las temperaturas son elevadas, y la nieve, por ende, no existe. Otra ausencia contribuye a aumentar el extrañamiento en el espectador. Me refiero a que nadie en este filme está aquejado por la fiebre consumista que lleva a ciertos sectores sociales de ingresos medios y altos en EEUU a comprar de manera compulsiva todo tipo de regalos y que también suele ser una figura repetida en muchas otras películas. Es obvio que los personajes de este filme no tiene un peso en el bolsillo y eso queda patentizado desde la primera escena, cuando las amigas comparten una dona, porque no tiene el dinero para comprar dos, o una de ellas tenga que elegir entre pagar el alquiler o el abono del celular.
Pero decíamos que la película destacaba por sus aspectos formales. Un pátina amarillenta chillona recubre gran parte de las escenas. A ello se suman las sombras en extremo alargadas que patentizan el avance de las horas y con ello la angustia del crepúsculo (véanse las dos fotos que acompañan esta nota, a modo de ejemplo). Este tono, que vuelve extrañas las secuencias, juega de un modo coherente con el entorno social y ambiental. La música hace lo suyo. Se escucha fuerte pero breve y de modo sorpresivo, redefiniendo el ritmo de varias escenas. Ya lo dijimos: hace calor, estamos en horas de la tarde, con el sol castigando fuerte a Los Ángeles. Si sumamos al clima, un entorno social opresivo, se potencia el impacto si es retratado con colores tan extraños como soporíferos, hasta asfixiantes. Al limitar la paleta a tonos que van del amarillo al naranja, Baker, logra un efecto coherente. Una historia así, hubiera sido absurda retratada con colores vivos y realistas. Una inconsistencia que hubiera llevado a embellecer la pobreza material de los personajes. Por el contrario, el director acierta al transmitir a través de una forma irreal un retrato visceralmente comprometido con el devenir de los personajes y su entorno.