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Gett: El divorcio de Viviane Amsalem. Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz. 2014

 

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Viviane y su abogado

Israel e Irán, a pesar de que ahora están enfrentados, tienen al menos un rasgo en común, y es el peso de la religión en la vida cotidiana de los dos estados. Uno musulmán y el otro judío, las sociedades en ambos países tienen que lidiar con preceptos religiosos absurdos, machistas y reaccionarios.
En Israel, no existe el casamiento civil sino solo el religioso, de modo que si una pareja quiere divorciarse debe apelar a un tribunal religioso conformado por rabinos. Y si la iniciativa para separarse es de la mujer, no la tendrá para nada fácil. Este el tema de la película: la lucha incasable de Viviane Amsalem, la protagonista principal del filme, para lograr que el tribunal y su marido concedan el divorcio que ella quiere.

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El esposo de Viviane (a la derecha) y su abogado

Los diálogos son magníficos y dan cuenta del machismo más retrogrado y el disparate de querer tratar los problemas del siglo XXI con los preceptos religiosos creados cinco mil años atrás. La burocracia del tribunal es exasperante, y parece nunca terminar de cerrar el caso, estirando la resolución una y otra vez, cuando todo lo que se podía hablar estaba ya dicho. Pero todos estos asuntos no tendrían el impacto que logra el filme si no se hubiera acertado en la forma de contarlo. Los directores Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz han realizado elecciones formales

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El tribunal con los tres rabinos

destacadas. Toda la película transcurre en el tribunal. La cámara nunca sale a exteriores ni filma otros interiores. Esto logra darle un clima claustrofóbico al debate e implica desde lo formal, una toma de posición de los directores a favor de Viviane, que siente que su propia vida es una especie de prisión sin barrotes, atrapada en una existencia que no desea, con un hombre al que no ama. Abundan los primeros planos, sobre todo del rostro de Viviane, que despojado de
todo maquillaje, trasmite con mínimos gestos todo el dolor que la aprisiona. El montaje es ágil, y cambia de modo permanente el ángulo de la cámara desde donde se captan las escenas. Es como si los directores intentaran mirar el problema desde todas las perspectivas posibles, para que el espectador se involucre en el conflicto escenificado y no decaiga su atención ante los jugosos pero extensos parlamentos. Es la maestría en la forma de filmar lo que hace del filme una obra de arte que conmueve al espectador a la vez que lo interpela.

 

 

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