Allá

Allá, Chantal Akerman, Francia-Bélgica, 2006

mamboaadb[1]Hacer una película con el tema de la depresión, ya es un propósito espinoso, pero hacerlo con el propio padecimiento depresivo, es una manera muy extraña pero respetable de entender el arte. Cualquiera que evoque a un personaje con depresión en una película, y tenga escasa imaginación, casi seguro optará por el poco original recurso de poner el énfasis en los gestos dolorosos del rostro, en su profunda melancolía, en la mirada perdida, en la capacidad de atención casi inexistente. Akerman, por el contrario, opta por hacer un parcial autorretrato de una estadía suya en Israel, durante una crisis depresiva, pero en lugar de filmarse a si misma, y tratar de trasmitir el padecimiento por lo que su rostro puede sugerir, escoge hacernos mirar lo que ella mira. Que no es mucho, o más bien no es nada. Porque sus pensamientos están en otra parte, o ninguna, y no se relacionan, salvo fugazmente, con lo que sus ojos están viendo. Esos pensamientos afloran a través del discurso. Un discurso libre, extraviado, doloroso. Un pensamiento que vuelve a rememorar el pasado, el período de la segunda guerra mundial, a su padre y su primer intento de llegar a donde ella está ahora, como una manera de entender su sufriente presente.
En algunos momentos, recobra su conexión con el afuera: mira a su vecino, escucha ruidos, planifica o evoca un paseo reciente. Entre un grupo de frases acerca de su padecimiento, de esas que a casi nadie les gusta escuchar, hay largos silencios y extensos planos fijos, que nos obligan a meditar sobre lo que acabamos de escuchar, y nos producen la extraña sensación de acercamiento hacia ese ser cuyo rostro nunca vemos.

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