Las cuatro vueltas, de Michellangelo Fremmartino, Italia, 2010
(Proyectada el 30/10/2010 en el Seminario “El ojo soberano” dirigido por Roger Koza, en la ciudad de Córdoba, Argentina)
Acerca del protagonismo de los animales y de cómo hablar del hombre a través de ellos
Visionar este largometraje, que puede emocionar y decirnos muchas cosas importantes, sin que se pronuncie prácticamente una sola palabra, es un rasgo formal de primer orden, que merece ser destacado.
La casi total inexistencia, no del hombre, sino de su voz, de su palabra, creo que tiene que ver en gran parte, como contrapartida, con el importante rol que el director le asigna a los animales. Y a la forma en que estos condicionan la vida de aquellas personas que los crían y de alguna manera conviven con ellos.
Hacer que animales en apariencia inexpresivos como las cabras, se puedan filmar durante largos minutos y destinarles además varios primeros planos, sin que las escenas aburran ni cansen sino que por el contrario, se doten de un poderoso misterio, es algo que resulta elogiable. Es una ruptura importante con el punto de vista tradicional sobre como filmar a los animales, en particular los que han sido domesticados por el hombre. Es que aquí las cabras “actúan” de cabras y no son humanos disfrazados. Y también hay un perro, pero que no es superdotado (salvo en una secuencia donde el director se vuelve inconsecuente con su punto de vista, y dota al animal de una picardía que desentona con el resto de la película: me refiero al momento en que el perro saca la madera que frena al camión y provoca el accidente que rompe el corral). Pero tampoco se trata de una fría objetividad al estilo de un documental de National Geographic o Animal Planet. Las cabras son destinatarias de muchos pasajes significativos de la película. Hay algunas escenas en apariencia convencionales, (por ejemplo cuando los animales son llevados a alimentarse en las montañas), que se cargan de originalidad, en gran parte creo, por la fuerte sonoridad de los cencerros. Las escenas de las cabras deambulando por todo el pueblo e ingresando a la vivienda del viejo pastor agonizante, es otra forma de destacar su omnipresencia. Pero, siguiendo el consejo de Susan Sontag en el artículo que discutimos unas semanas atrás, mejor no intentar interpretarlas a riesgo de destruir su intrínseca belleza.
Otra cuestión a destacar es que la mayor parte del tiempo, la película transcurre en exteriores. En las montañas, en los senderos que llevan a ellas, en las calles del pueblo, en los corrales a cielo abierto. La elección de los espacios no es casual, se trata de los lugares habituales donde transcurre la vida de estos animales y de quienes los crían.
No hay un lugar ni un tiempo histórico definido con precisión en la película de Fremmartino, pero conociendo el año y el país donde se filmó, podríamos imaginar que transcurre en la actualidad en alguna aldea del interior de Italia. Poder pensar este escenario me parece importante, porque otra cuestión destacable, y en cierto modo transgresora, es como la vida de los pastores, en un país del primer mundo, refleja un modo de vivir casi precapitalista, donde no existen los relojes, sino que el día avanza, el tiempo transcurre, en función de las necesidades vitales de las cabras. La posibilidad de organizar la propia existencia de este modo, se ve facilitada por el aislamiento y la pequeñez del poblado. Esta idea de una aldea con hábitos precapitalistas, se ve reforzada por la única escena donde ocurre un intercambio de productos: me refiero al momento en que el viejo pastor recibe un supuesto remedio a cambio de entregar lo que parece ser una botella con leche de cabra. No hay dinero sino solo trueque. No hay dinero en juego, cuando los fabricantes de carbón se llevan el árbol del centro del pueblo, y no lo hay tampoco, cuando reparten este carbón dejando las bolsas en la puerta de cada casa.
Link IMDB: http://www.imdb.com/title/tt1646975/