El caballo de Turín

El caballo de Turín, de Bela Tarr. Hungría. 2011

Película proyectada en el Seminario «El ojo soberano», dirigido por Roger Koza

caballo“El caballo de Turín” comienza con el relato de una anécdota que relaciona a Nietzsche con un caballo. Y cuando podemos pensar que la película nos llevará a retratar alguna historia relacionada con el conocido filósofo, nos desconcierta conduciendo a un relato que parece tener mas que ver con el caballo anónimo. Aunque supongo que la cita de Nietzsche no es casual, al desconocer en detalle el contenido de su filosofía, me impide imaginar alguna relación.

“EL caballo de Turín” me hizo acordar a “Jean Dielman…” de Akerman (ver mi entrada anterior en este blog). Si bien las puestas en escenas son distintas, ambas tienen varias cuestiones que las conectan. Primero que nada los dos filmes parecen preocupados por filmar lo infilmable. Y lo logran con gran maestría. Son retratadas en ambas obras, las rutinas minuciosas de dos hogares muy distintos en cuanto a época histórica y clase social, pero donde la vida está explícitamente fragmentada en días, que se parecen mucho entre sí. En Jean Dielman eran tres aquí son seis, pero en ambos casos, esa fragmentación del tiempo, es enfatizada por los directores de ambos filmes, y les impone a sus obras un ritmo particular. En el filme de Akerman hay una madre, jefa de hogar, que no se sabe de donde obtiene sus ingresos (además del ejercicio de la prostitución que no parece ser la actividad económica principal) y un hijo varón que estudia y con el que no hay casi diálogo. En «El caballo de Turín», hay una hija ocupada de los quehaceres domésticos y un padre, que tampoco sabemos como se gana la vida. La incomunicación entre padre e hija, es igual de perturbadora. Sin embargo, en el filme del húngaro, hay un tercer personaje, el caballo, que juega varias de las escenas más importantes, y podemos imaginar que es pieza clave en el sustento del hogar.

Este filme también nos habla del trabajo, e incorpora otra dimensión: el trabajo animal puesto al servicio del hombre. Es que la historia del hombre, no es solo la historia de la explotación del trabajo humano, sino también la explotación del trabajo de los animales. Y si hay un animal que sintetiza como ninguno, el sometimiento de la naturaleza al hombre, ese es el caballo. Pieza clave en infinidad de actividades humanas desde las épocas más remotas.

El primer plano secuencia es de una maestría deslumbrante. Para mi es la mejor escena del filme. Con una cámara que combina tomas en  contrapicado con travellings laterales,  se retrata el paso penoso pero a la vez altivo, del animal arrastrando un carro y al hombre que va en él, con un esfuerzo de tal magnitud que el caballo parece desfallecer a cada tranco. Cada paso del animal, parece ser el último, y otra vez y otra… se vuelve a reproducir el brío del animal por llevar adelante su tarea. Nunca como en esta escena uno se siente más tentado de dotar al animal de rasgos humanos, pensando lo mucho que esta sufriendo y el esfuerzo que está haciendo. Es difícil no sentir compasión. ¡Es difícil no sentir la ansiedad de que pronto lleguen a destino y el animal pueda descansar de este penoso trabajo!.

Siguiendo con las analogías entre el filme de Bela Tarr y el de Akerman, digamos que varias de las escenas donde los directores logran crear de mejor manera el clima del filme, es en el detallado retrato del rutinario acto de comer.

En “El caballo de Turín”, los silencios ominosos, se refuerzan por una dieta antihumana: papa hervida, día y noche, y también en el desayuno, en forma de alcohol. Las escenas de las comidas tienen otro mérito adicional: retratar con gran poder de síntesis la pertenencia a una clase social, no solo por lo que se come, sino a través de su forma de alimentarse: con las manos, sin cubiertos, de modo mecánico y despojando al acto de comer de todo rasgo mínimamente placentero.

En una película que en apariencia muestra muy poco, se encuentran elementos para reflexionar en múltiples direcciones. La familia protagonista, se encuentra desvalida al extremo, y esto es puesto en evidencia por la lucha desigual ante los elementos naturales: el viento omnipresente, la falta de agua, el animal enfermo, etc. Pero la escena con los gitanos pone en evidencia otro rasgo que hasta allí estaba oculto: gran parte de la impotencia de la familia protagonista se debe a sus propias limitaciones, mas que a la fatalidad de factores externos. Salta a la vista en esta escena,  el contraste entre el estado de ánimo de los campesinos, donde predomina la tristeza y la resignación, y el alegre devenir de la familia trashumante.

La casa parece constituirse en una prisión de donde no se puede escapar, no solo porque un viento en extremo violento hace difícil permanecer en el exterior, sino porque parece no haber rumbo hacia donde dirigirse. Cuando el padre toma la decisión de dejar el hogar ante la falta de agua, se los ve a los tres personajes salir y de inmediato regresar al punto de partida. Aquí tambien el contraste con los gitanos es marcado. Estos no solo no parecen verse afectados por el viento, sino que emprenden presurosos su camino apenas sacían su sed.

El final no alcanza la sorpresa del filme de Akerman, pero en el renunciamiento al acto físico de comer, se entrevé una clima de desazón y derrota, y al menos en la muchacha, un escaso interés por seguir viviendo.

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