Un hombre que grita

Un hombre que grita. Mahamat-Saleh Haroun (2010)

hombre-gritaSin sorpresas ni sofisticaciones en su puesta en escena, logra, sin embargo, retratar con gran potencia expresiva el drama de un país ignoto para la mayoría de nosotros como es Chad, de su pueblo, y en particular, de su clase obrera. Chad, es el país de origen del director, quien está radicado en Francia desde hace muchos años, lugar de adopción donde realizó sus estudios de cine. Y esto no es un dato menor, porque sorprende que no se haya “occidentalizado” en sus temáticas ni haya perdido un inefable tono narrativo que parece propio de cierto cine africano.

Creo que el secreto para que esta película funcione bien, está en el manejo cuidadoso de los diálogos (y de los silencios, que son su complemento). En temas donde es fácil tentarse, el director logra evitar la bajada de línea o el panfleto. Ni siquiera nos enteramos cual es el motivo de disputa entre el gobierno y las fuerzas rebeldes. La película está narrada desde el punto de vista de su protagonista, un profesor de natación que todos conocen por el apodo de “Campeón”. El vive su vida serena en medio del infierno de la guerra civil, hasta que de a poco van ocurriendo eventos que hacen tambalear su tranquilidad. La película no es un documental político, sino un drama ambientado en una coyuntura hostil, donde los pobres, como siempre, son la carne de cañón de las fuerzas en disputa. Las actuaciones de los protagonistas son contenidas, pero demostrativas de sus estados de ánimos. El rostro del padre (el “Campeón”), casi siempre con el seño fruncido, expresa su enojo y a la vez su incomprensión con las distintas situaciones conque tiene que lidiar: el trabajo, la guerra, el exilio.

La película cuenta con numerosos aciertos. Por ejemplo, pocas veces se debe haber retratado de manera tan sobria la sumisión de la mujer en estas sociedades, como en aquel largo plano secuencia en que padre e hijo permanecen durante un almuerzo (o cena) en silencio, muy serios, sin poder expresar todo el malestar que sienten por la complicada situación laboral que ha enturbiado la relación entre ellos (y luego también sabremos, por los efectos de la guerra civil, que terminará destruyendo a esta familia). Sentada entre ambos, la esposa y madre, les recrimina que no le elogien su comida, su esmero y dedicación en prepararles el sabroso plato que están comiendo. Su labor de cocinera, y ama de casa, aparece como objeto único de reconocimiento social. Ella permanece ignorada, a pesar de sus quejas porque no le hablan, porque no le cuentan lo que les está pasando. Esta condición de aislamiento y sumisión, se ve reforzada en otros pasajes, como cuando se debe enterar por la vecina de la gravedad de la situación que se vive en su país.

Por otro lado, el mundo del trabajo, incluso de asalariados que parecen tener labores privilegiadas en hoteles de nivel internacional, está retratado con trazo preciso: los despidos, y las recategorizaciones, imponen sin piedad la lógica del capitalismo eficientista del primer mundo. Allí también hay mujeres (la encargada del hotel, la responsable de recursos humanos, etc.), que con roles más modernos y vestimenta occidental, asumen decisiones brutales en relación al trabajo de nuestro protagonista y su amigo cocinero.

La emocionante escena final, es una prueba de la capacidad poética del director. Ese gesto desesperado del padre que trata de cumplir con el deseo de su hijo, aunque sea después de muerto: “Papá, quiero nadar”. De devolverlo al agua, al medio donde era más feliz. Aún en contra de todas las leyes de la física, el cuerpo no se hunde, sino que se aleja lentamente flotando sobre el río, como una manera de testimoniar el inconmensurable dolor de la pérdida.

 

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