Homeland (Iraq Year Zero). Abbas Fahdel. 2015
Apurémonos a decirlo. El filme de Abbas Fahdel es un justo y sentido homenaje al sufriente pueblo de Irak, víctima, dos veces, de las guerras desatadas por los EEUU. Primero con el conflicto bélico iniciado por George Bush padre en 1991 y luego con la invasión y ocupación acometida por George Bush hijo, a partir de marzo de 2003. Pero, también es un filme con varios problemas que es necesario señalar.
Fahdel, divide su obra, de más de cinco horas de duración, en dos partes. En la primera, situada en 2002, retrata la vida de sus familiares en Irak, un año antes del inicio de la última guerra. La segunda parte, ya instalado el invasor yanqui, data de 2003, y da cuenta de las consecuencias sobre la sociedad civil de este conflicto bélico.
Lo más conmovedor y a la vez eficaz del documental de Fahdel, es haber concentrado la historia en el devenir de una familia concreta, con personajes con nombre y apellido y evitar en todo momento, el discurso panfletario y grandilocuente. Poner en el centro de la escena a los iraquíes, dejando casi totalmente fuera de campo al invasor yanqui, con sus soldados y armamentos, es lo más importante del trabajo de Fahdel. En la película, el pueblo (en realidad su clase media), es protagonista en primera persona.
Los parlamentos de los familiares permiten ir conociendo la mirada de esa clase media, tanto respecto al gobierno de Hussein y sus políticas represivas, de culto a la personalidad y de censura grosera, como respecto a la invasión americana, con sus promesas incumplidas y la aparición de nuevos y graves problemas como el desempleo, el desabastecimiento o la inflación. Otras cuestiones que conocemos hoy, en especial la guerra civil que se desata por el enfrentamiento de kurdos, chiítas y sunitas, no están en la película porque ocurrieron después del período narrado por Fahdel.
El retrato de los niños que posan de frente a la cámara, son de las pocas escenas absolutamente silenciosas del filme, y se constituyen en un gran acierto formal. Son el tipo de escenas que muchos documentalistas descartan porque parecen triviales y rompen con la noción de la “cuarta pared”, cuando los retratados miran de frente al espectador. La potencia de las escenas donde los niños se plantan frente a la cámara y buscan ser filmados, con una mezcla de espíritu lúdico y curiosidad insondable, crean un fuerte contraste con la devastación de la guerra que esos mismos niños sufren y cuyas razones no logran comprender. La escena que sobre el final (ver la foto más abajo), muestra a los niños posando como un equipo de fútbol, con los restos de las diferentes municiones en sus manos, es de una eficacia inefable.
El filme también se esmera en dar un espacio muy grande a las mujeres de la familia. Queda retratada la situación contradictoria de las mujeres iraquíes, que es una ratificación de lo que ocurre en casi todo el mundo árabe. Por un lado, el fuerte machismo las sigue sometiendo a las tareas hogareñas y al matrimonio como destino casi inevitable para no perder la consideración social. La vestimenta, la falta de demostraciones afectivas en público y el exceso de pudor, son la nota dominante de las escenas donde hombres y mujeres se encuentran. Por otro lado, está el deseo de las mujeres jóvenes, de estudiar y alcanzar nuevas metas laborales y de independencia económica frente al hombre.
Son muchos los personajes que desfilan frente a cámara de la numerosa familia de Fahdel, pero sin dudas, es su sobrino Haidar quien conquista el mayor cariño del público. Un artista consumado, a la vez inteligente y lleno de energía y curiosidad, es la clase de chico que todos quisiéramos tener en nuestras familias.
Decía al comienzo de este comentario, que el filme tiene también problemas que es necesario señalar. A esa tarea dedicaré lo que sigue del análisis.
La extrema duración del filme, con historias que se repiten numerosas veces, muestran a un director con dificultades para la síntesis. Esta reiteración, no es solo una incapacidad para la economía de recursos expresivos, sino que esconde además una desconfianza del director hacia la eficacia de sus propias imágenes. De allí la necesidad de la reiteración. Los viajes a la escuela o a la Universidad, son un ejemplo elocuente y contundente de ello. Recuerdo al menos tres escenas casi idénticas (una sola hubiera sido suficiente) de viajes en auto de la casa de Haidar a la Universidad, para mostrar siempre lo mismo: el caos del tránsito, la inseguridad de las calles ante al inexistencia policial, y luego, una vez que los protagonistas han llegado a destino, un breve retrato de los exteriores de la Universidad donde estudian los sobrinos mayores de Fahdel.
El uso abusivo del montaje en las tomas de interiores, donde las imágenes saltan en forma permanente de un rostro a otro, o a los pies o las manos de cada protagonista reunido en el comedor familiar, imponen un ritmo frenético, generando una inconsistencia entre las serenas reflexiones de los personajes y la brevedad de los planos.
Las escenas en exteriores, adolecen de permanentes paneos que desconcentran al espectador, demostrando la ansiedad por mostrar mucho en pocos segundos, en lugar de enfocar la cámara hacia la escena central y dejarla fija para que la acción y las ideas que se expresan, absorban toda la atención del espectador.
Es importante remarcarlo: la película es solo el retrato de los padeceres de la clase media iraquí, más concretamente de la que habita la capital Bagdad, que, por ejemplo, cuenta con el dinero suficiente para comprarse un arma para autodefensa o hacer una perforación para obtener agua de pozo ante la posibilidad de escasez luego de la invasión. El limitado retrato social, no da cuenta de la clase obrera de Irak y solo una escena retrata la forma de vida de una familia indigente de ese país.
En suma, un filme valioso, que otorga visibilidad a las víctimas de la ocupación yanqui en Irak, pero que no queda exenta de problemas formales y de contenido, que resienten la eficacia narrativa del filme.