Paterson. Jim Jarmusch. 2016
Integrar en un filme el quehacer de un obrero que a la vez escribe poesía, no es un tema frecuente en el cine, donde parece que los trabajadores no pueden ser artistas y los poetas no suelen tener un trabajo rutinario. El mérito de Jarmusch es juntar los dos mundos encarnados en un solo personaje que se llama como la ciudad donde nació, vive y trabaja: Paterson.
Paterson (el personaje), es un chofer de ómnibus urbano, que por su trabajo, está obligado a llevar una vida metódica y ordenada. Se levanta a las 6,15 hs., saluda con un beso y palabras tiernas a su esposa que se queda remoloneando en la cama, desayuna y se va a pie al garaje desde donde arrancan sus tareas cotidianas: conducir un micro de la línea 23 por la ciudad. Mientras está arriba del coche que debe conducir, antes de partir, encuentras minutos breves para escribir algunos versos. Una vez en la calle, su atención se posa, además del tráfico, en los dichos y el aspecto de los pasajeros. Nada demasiado especial sucede sin embargo en sus rutinarias jornadas arriba del ómnibus.
Por la tarde, ya en su casa, Paterson encuentra el momento libre que necesita para desplegar su creatividad con la escritura. Lo vemos atareado en el sótano de su casa, y rodeados de libro de poetas. Como parte de la rutina diaria, sale por la noche, después de cenar, a pasear su perro por las calles del barrio, con una parada casi obligada en el bar que administra Doc, un negro bonachón y experto en la historia de la ciudad, que cuenta anécdotas emotivas, mientras Paterson bebe una cerveza.
Esta simple rutina, se repite de lunes a viernes en la vida de nuestro chofer y no parece un tema demasiado atrapante, pero es sin duda la forma de contarlo que tiene Jarmusch, lo que hace la diferencia con una historia que podría haber sido aburrida y banal.
En primer lugar, la personalidad del chofer Paterson es enigmática. Parece bondadoso pero distante de la gente que lo rodea. Responsable en su trabajo pero algo distraído en su hogar. Su silenciosa presencia, su mirada extraviada en el horizonte, parecen ser las condiciones ideales para un hombre que busca inspiración para escribir sus poesías. Ese misterio que es Paterson, genera en el espectador una curiosidad que nunca el filme termina de satisfacer. Siempre parece que faltan piezas por conocer, para armar el rompecabezas que resulta ser el poeta y chofer Paterson.
Otro aspecto original del filme en cuanto a su forma, lo constituye la manera de captar la ciudad de Paterson. Evitando los sonidos estridentes de las calles, y filmando en generosos planos secuencias, el manejo del chofer parece un paseo más que un trabajo. La música calma y melancólica que acompaña varias de las secuencias, refuerzan la sensación del espectador de estar presenciando un mundo mágico. La ausencia casi total de conflictos, salvo sobre el final, cuando el perro Marvin parece hacer tambalear el futuro del escritor, otorga un seductor escenario que el espectador se ve tentado a habitar en forma gozosa. Los sueños que parecen hacerse visibles, imponen límites difusos entre fantasía y realidad.
El recurso de reproducir en la pantalla, la letra cursiva que Paterson utiliza en su cuaderno y la ausencia de medios digitales para escribir, le dan una mayor entidad a los versos de Paterson y nos compromete en sumo grado con sus sentimientos y emociones.
En síntesis, una película atrapante, que ratifica una vez más el talento de Jarmusch para dar cuenta de un modo original, de personajes bondadosos y queribles aunque también cargados de misterio.