Paradise: Love. Ulrich Seidl. Alemania, Austria, Francia. 2012
(Vista en el 15º BAFICI) y vuelta a ver en el mes de setiembre de 2013, en el «Seminario El ojo soberano».
La expansión del capitalismo, ha llevado a nuevas e impensadas formas de consumo. Entre ellas sobresale el turismo sexual. Seidl, hace una película alrededor de este tema, pero en lugar de caer en el lugar común de mostrarnos un grupo de hombres más o menos maduros y con dinero acceder a lugares exóticos en busca de mujeres prostitutas jóvenes, da vuelta el guante, y nos ofrece un patético espectáculo, con los roles invertidos. Aquí se trata de mujeres mayores, quienes poseen el dinero y por ende el derecho a comprar carne fresca de muchachos jóvenes del mundo subdesarrollado. No son necesariamente ricas ni sofisticadas. Se trata de mujeres comunes y corrientes.
Con esta operación formal, Seidl logra un doble propósito. Por un lado, desnaturalizar la prostitución, al ser las mujeres las demandantes. Se trata de buenas esposas y madres de familia, desempeñando un rol como consumidoras de sexo pago, que parecía exclusivo del mundo masculino, con todo el efecto perturbador que ello tiene. Por otro, da cuenta de la capacidad infinita de un sistema, para incorporar más y más consumidores al mercado. ¿Por qué limitar el consumo de prostitución a los varones que son solo el 50% de la población? ¿Por qué no incorporar a las mujeres a este mercado tan rentable como degradante?
El filme está lleno de aciertos formales. La escena donde vemos, por un lado, a los turistas tomando sol sobre sus reposeras, prolijamente alineadas, y por otro, a los nativos, mirándolos de pie, enfrentados y separados por un cordón, y vigilados por un guardia, es mucho más que una metáfora sobre las diferencias de clases, de razas y de países. Es una escena que, dentro de su aparente calma, genera un cúmulo de emociones encontradas: rabia, desamparo, impotencia, inquietud, una intensa angustia y todo en un solo plano.
Las escenas de los encuentros sexuales que tiene la protagonista, muestran situaciones tan chocantes, por la incomunicación y por las diferencias de edad, de físico, de clase social y de cultura, que moverían a risa, si no fueran tan patéticas.
La penúltima e indignante escena, donde las amigas festejan el cumpleaños de nuestra protagonista, trayéndole como regalo un stripper de raza negra, pasará a la historia del cine como uno de los mejores testimonios de la cosificación que un ser humano puede imponer a otro.
La separación del puro goce sexual de toda connotación afectiva, no es un proceso sencillo ni gratuito para ningún individuo. Pero cuando la consumidora de sexo pago es una mujer, su impacto emocional parece acrecentarse. Esta incomodidad para compartir la intimidad con un hombre desconocido, está muy bien reflejada en el primer encuentro (fallido) con un prostituto, por parte de la protagonista. El desamparo afectivo que estas situaciones conllevan, se refuerzan en el filme con las escenas en que la protagonista intenta, y no logra, comunicarse con su hija, quién ni siquiera se acuerda de su cumpleaños.
La película de Seidl logra mostrar con creces, estas nuevas formas de consumo en la economía mundial, con todo su impacto emocional y social y lo hace de un modo inquietante y doloroso, tanto que desearíamos terminar la película abrazados a la protagonista mientras llora desconsolada en la escena final.
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Da la casualidad, de que estaba leyendo en estos días, el libro del psicoanalista Juan Carlos Volnovich, titulado “Ir de putas”, donde analiza el fenómeno de la prostitución, desde la perspectiva del cliente. Con un pie en el psicoanálisis (o los psicoanálisis) y otro en el feminismo, trata de estudiar el vínculo perverso del comercio sexual, pero siempre partiendo del supuesto de que son los hombres los demandantes y las mujeres las oferentes. Argumenta que la conjunción de sociedad patriarcal y capitalismo, ha hecho estragos en el ámbito específico del sexo por dinero. Deberíamos mostrarle esta película de Seidl, para que vea que la denigración de la condición humana, no reconoce distinciones de sexo, ni entre los demandantes, ni entre los oferentes.
En este mismo libro, y un poco contradiciendo su tesis, ya en el capítulo final, se dice:
“El capitalismo ha descubierto- y está imponiendo- una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los individuos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que los sujetos quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por las corrientes comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados sin demora. La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica. Dany Robert-Doufour dice: ‘Al quedar recusada toda referencia simbólica capaz de garantizar los intercambios humanos, solo hay mercancías que se intercambian sobre el fondo de un ambiente de venalidad y nihilismo generalizado… El “neoliberalismo” está haciendo realidad el viejo sueño del capitalismo. No solo amplía el territorio de la mercancía, hasta los límites del mundo donde todo objeto ha llegado a ser mercancía, también procura expandirlo en profundidad a fin de abarcar los asuntos privados, otrora a cargo del individuo (subjetividad, sexualidad) y ahora incluirlos en la categoría de mercancía.’ ” (pags. 134-135)