Viaggio in Italia (Te querré siempre). Roberto Rossellini. Italia. 1954
El relato tiene una apariencia trivial, ya que seguimos a una pareja de burgueses en crisis sentimental, que se pasean por los alrededores de Nápoles, mientras esperan el momento oportuno para vender una lujosa propiedad. Pero a poco que lo pensamos, nos damos cuenta que estamos ante un filme valioso, que merece ser analizado en detalle.
Rossellini logra integrar con maestría, en una misma película, un drama intimista desencadenado a partir de las conflictivas relaciones matrimoniales entre Katherine Joyce (Ingrid Bergman) y Alexander ‘Alex’ Joyce (Georges Sanders), junto a un retrato de la clase social a la que pertenecen los protagonistas.
Es que son las acciones de los personajes principales, como deben serlo en el buen cine, las que van definiendo su ideología y su mirada del mundo y en particular la forma de estar en su relación con los otros: Aquellos que no pertenecen a su mismo rango social. En este sentido, es llamativo como Rosellini filma a los protagonistas cada vez que entran en contacto con el mundo exterior, al que miran con una mezcla de desprecio, indiferencia y temor. Las miradas son casi siempre desde el auto, que funciona como una coraza que los protege del contacto directo, que no desean, con el pueblo llano. Varias veces se cruzan con campesinos que les cortan el paso arreando su ganado, los que son mirados con indolencia, sin que el espectáculo les merezca las más mínima reflexión sobre una forma de ganarse la vida tan alejada de las suyas. También hay escenas muy bien logradas, cuando vemos a la Bergman pasearse por las calles de Nápoles, mirando con envidia a las embarazadas, pero casi siempre con desdén al conjunto de los transeúntes, que solo son un estorbo para que su auto pueda avanzar más rápido. El personaje de la Bergman está muy bien caracterizado, cuando muestra la contradicción que surge de su curiosidad, casi obsesiva, por los museos (retratos de situaciones y de seres que ya no están) y su desinterés por las personas vivas que conviven con ella en sus salidas y que constituyen la cultura del presente, que ella no sabe o no quiere observar. Es la forma habitual y paradójica de hacer turismo que tiene los ricos. Mucho interés por los muertos famosos, pero poca curiosidad por los vivos anónimos.
Relacionado al tema de la mirada temerosa de la pareja protagonista hacia los humildes, es interesante destacar, que la escena más dramática de todo el filme (ver video abajo), la del final, cuando la Bergman es arrastrada involuntariamente por la multitud que cree estar asistiendo a un milagro en el medio de una peregrinación, ocurre y se desencadena cuando la pareja decide, por una vez, bajarse del auto y estar en contacto directo con el pueblo de Nápoles. La reacción de ella resulta desproporcionada, porque no parece en ningún momento estar en peligro su integridad física. Justamente por ello, y si no primara su mirada miope, uno esperaría que lo improvisado de la situación y la novedad del acontecimiento, la llevara a disfrutarlo como una experiencia compartida con los creyentes. Sin embargo, todos sus prejuicios de clase se expresan con claridad cuando la Bergman entra en pánico y grita por ayuda a su marido, quién con la misma mirada de clase que ella ante la situación, corre a rescatarla de un peligro inexistente. Y de inmediato el abrazo apasionado del final, que parece abrir nuevas esperanzas en el porvenir amoroso de la pareja, pero que resulta un abrazo bien burgués, profundamente egoísta, que surge como un gesto de protección mutua a partir del miedo de clase. Abrazo que se realiza a espaldas del devenir del pueblo que los rodea, a pesar de estar en el medio de la multitud. Se trata de una escena magistral, porque logra una síntesis perfecta entre el mundo exterior, los sentimientos que se prodigan sus personajes y la relación que establecen con los otros distintos a ellos.
Dije en la entrada de esta película, que otro de los pilares que sostienen la calidad del filme de Rossellini, es la forma de retratar la conflictiva relación amorosa que están viviendo los protagonistas. Ahora me gustaría explayarme en esto. Muy lejos de los discursos interminables y con abundante bajada de línea que desmerecían a “Europa 51” aquí los personajes hablan poco y lo que es más importante dicen lo justo necesario. Sus palabras son lanzadas como dardos envenenados para herir al otro, mostrando con ello la hostilidad y el resentimiento que experimentan mutuamente los cónyuges. Alex, no se pierde oportunidad de aportar comentarios sarcásticos a cualquier idea o pensamiento que exprese su mujer. Y ella se lo reprocha con enojo y fastidio.
El contraste en el uso de las palabras entre ambos filmes, no es solo atribuibles a la brevedad de los parlamentos en esta película respecto a “Europa 51”. Hay sobre todo una diferencia de calidad. En “Europa 51” las largas peroratas de la Bergman, tratando de expresar con palabras más que con actos, sus emociones y sentimientos, parecen más dignas de un confesionario o de una sesión de terapia, ya que son monólogos que no esperan demasiado de su circunstancial oyente sea su amigo Andrea o el cura del loquero. Ni tampoco aportan a la manifestación de las emociones, nada más que el texto que se recita.
Por el contrario, en “Viaggio in Italia” los diálogos de los protagonistas, Alex y Katherine, son cruces verbales que lastiman, o desafían, y algunas, pocas veces, intentan una reconciliación que no parece llegar sino sobre el final. Sin embargo, en “”Viaggio..” los sentimientos confusos, el malestar imperante en la pareja, alcanzan su cumbre expresiva a través de las acciones. Así Katherine se muestra hiperactiva, queriendo concurrir a cuanto museo se encuentre en los alrededores, como una manera de aturdirse y olvidar por un momento su malestar emocional, pero una vez que está en sus destinos, no puede disimular su enfado y su estado anímico, lo que queda expresado en los malos tratos que prodiga a los circunstanciales guías, y en la poca atención que pone en lo que está mirando y en las explicaciones que recibe. Mientras, durante sus viajes en auto hacia los lugares turísticos, Katherine refunfuña y protesta en voz alta contra su marido, aunque él no esté presente físicamente allí.
Alex se plantea una estrategia distinta. Como la mayoría de los hombres machistas de su generación, espera desahogar su angustia tratando de distraerse mediante la conquista de otras mujeres. A veces lo hace en presencia de Katherine, como una forma de venganza tratando de provocarle celos, pero luego, ya sin la presencia de su esposa, intenta primero iniciar una relación con la mujer de la pierna enyesada, que aborta rápidamente cuando ella le cuenta que está casada y espera ansiosa el regreso de su marido. Luego está la escena de la prostituta, donde él no se decide a utilizar sus “servicios” y para colmo debe escuchar las confesiones deprimentes de una desconocida, todo lo cual, lejos de calmar su angustia, la acrecientan.
Pero una vez en el hotel, ya de regreso en la habitación, luego de intercambiar los saludos de rigor con su esposa, mientras veíamos momentos antes a Katherine ansiosa jugar en solitario con los naipes, Alex no es capaz de un solo gesto de ternura o de mínimo afecto, que ella espera casi con desesperación. Esta escena en la habitación del hotel, está magistralmente filmada, porque el director lograr a través de los gestos y las pequeñas acciones de sus personajes retratar el abismo de incomunicación y desafecto que impera en la relación matrimonial en crisis. Hay aquí breves diálogos, pero juegan en una suerte de contrapunto. Se dicen cosas banales y amables, que logran, por el contraste con la tensa situación emocional, acrecentar la sensación de un profundo retraimiento en la pareja.
Véase mi nota relacionada con este filme aquí: https://comentandocine.com/los-dialogos-en-el-cine/