Charlie’s Country. Rolf de Heer. Australia. 2013
Ir hacia el Otro, es una de las consignas centrales del crítico argentino Nicolás Prividera. Según mi interpretación de Prividera, los filmes que valen la pena ser vistos y analizados son los que se interesan por ir al encuentro de ese Otro que no forma parte de nuestro mundo más inmediato. Sin embargo, no basta el interés, se debe encontrar la forma de abordar desde el cine este problemático vínculo entre el artista y el personaje elegido.
Toda esta introducción se considera pertinente, en tanto la película que nos ocupa, es una mirada de un blanco hacia uno de los descendientes de los pueblos originarios de Australia. Este personaje, el Charlie del título, está interpretado por el actor David Gulpilil, que también colaboró en el guión.
El tema elegido es la inadaptación de los indígenas a las reglas impuestas por los blancos en Australia. A diferencia de lo que ocurrió en otras latitudes, los blancos parecen llevar a cabo una política de contención, que quizás pueda resolver las necesidades más básicas de vivienda y alimentación, pero que reniega del respeto a la cultura ancestral de estos descendientes de los pueblos originarios.
El problema es que la película, siguiendo a Charlie en su diaria rutina, muchas veces derrapa hacia el recurso fácil de expresar con palabras de tono hasta solemne, lo que deberían reflejar con más sutilezas las imágenes. Por el contrario, una de las escenas mejor logradas del filme, ocurre cuando Charlie, una vez condenado por un delito menor, ingresa a la prisión y es rapado. Su larga cabellera, su barba y bigotes, todos signos inequívocos de una identidad no solo personal, sino racial, son violentadas a través de este acto en apariencia trivial y que se aplica a todos lo presos sin distinción de razas. Lamentablemente, el filme no abunda en este tipo de escenificaciones.
Otro punto a favor de la película lo constituye el modo en que es retratado el mundo de Charlie. Se evita en todo momento caer en lo sórdido, a pesar de que no faltan elementos que permitan pensarlo desde este ángulo. Charlie es un ser indignado pero que no renuncia al humor ni a la camaradería y trata por todos los medios de retomar sus formas de vida, como cuando sale a cazar con su amigo o decide en un desesperado acto de rebeldía, ir a vivir solo al medio del bosque donde se desarrollaba la vida en su infancia. Trata en todo lo posible de disfrutar de su vida aunque los condicionamientos impuestos por los que gobiernan no se la hagan fácil. La falta de interés por parte de la mayoría de los australianos hacia los nativos, se refleja en cada detalle, como el médico que lo revisa en el hospital y no puede o no quiere aprender el nombre original del personaje y decide simplemente llamarlo “Charlie”. Lo que funciona como un cómodo pero ofensivo recurso para designar al otro.
Charlie, a pesar de su resistencia, de sus insultos y sus pequeños actos de rebeldía no puede dejar de aceptar el dominio de los blancos, que le obligan a hablar en inglés, porque ellos no se tomaran la molestia de aprender su lengua, comer sus comidas, que poco tienen que ver con la dieta de estos pueblos originarios, seguir sus normas en todos los ámbitos de su vida y, en el colmo de la alienación, recordar como uno de los momentos más sublimes de su vida, el baile que decenas de jóvenes aborigenes, practicaron frente a la reina de Gran Bretaña, cuando se inauguró el teatro de la ópera de Sidney, muchos años antes.
En resumen, una película valiosa por su tema y con algunos logros formales, pero que hubiera alcanzado mayor vuelo si se hubiera esforzado por hacer hablar a las imágenes más que a las palabras.