Pocas veces el cine contemporáneo occidental logra evitar la fetichización, cuando se trata de mostrar el cuerpo de una mujer desnuda. El caso más frecuente de desnudos, ocurre cuando la escena puede justificarse por un encuentro íntimo con otra persona, hombre o mujer, para la práctica de algún tipo de relaciones sexuales consentidas. Puede también estar justificado como parte de un policial o un drama, donde la mujer es forzada a desnudarse y tener sexo contra su voluntad. Eso que denominamos comúnmente violación.
El paroxismo de la fetichización, obviamente, se alcanza en el cine porno, cuya razón de ser, es la de repetir hasta el hartazgo la exhibición minuciosa de los cuerpos femeninos desnudos, en especial las zonas consideradas de mayor atracción erótica para los espectadores, en su gran mayoría hombres. En este tipo de cine, la cámara recorre los senos, las nalgas, el ano y los genitales femeninos prolijamente depilados, una y otra vez, mientras el personaje femenino mantiene relaciones sexuales con uno o varios hombres a la vez (o mujeres si se trata de la especialidad lésbica).
Otra escena sumamente trivial que se repite hasta el hartazgo para justificar filmar el cuerpo desnudo de una mujer, suele ser en el momento en que ella está tomando un baño. La forma en que están resueltas estas escenas, demuestran las verdaderas intenciones del realizador o realizadora. Generalmente, estas escenas intentan tener una carga erótica neutra, pero muchas veces esconden en forma más o menos disimulada un intento de repetir la fetichización centrada, la mayoría de las veces, en la exhibición de los pechos. Una película relativamente reciente que me viene a la memoria, donde este fin fetichista está expuesto de manera obscena, es en “La vida de Adele”. Adele toma una ducha, en una escena que no tiene ninguna justificación desde el guión, mientras la cámara morosamente recorre en forma minuciosa todas sus partes.
La mayoría de las veces en que el cuerpo femenino desnudo es despojado de su carga erótica, cae en el estereotipo de la maternidad. Se muestran mujeres desnudas embarazadas, con sus vientres prominentes y sus pechos turgentes y enormes, preparándose para alimentar al futuro bebé. Aquí suelen predominar las escenas donde la ternura o la angustia ante lo desconocido (el parto y el cuidado del futuro hijo), son el contenido emocional predominante, pero no dejan de ser por ello escenas sumamente machistas en tanto revelan otra forma que asume la fetichización del cuerpo de la mujer: su rol reproductivo. Un cortometraje recientemente visionado que evita estos lugares comunes, aunque trata el tema de la maternidad adolescente, entre otros, con una austeridad sorprendente, se está proyectando estos días, en forma on line en myfrenchfilmfestival.com y se titula «Un grand Silence», realizado por la directora Julie Gourdain.

El gran desafío para un realizador o realizadora revolucionario, que piense en una escena de desnudo femenino, es preguntarse como filmarla sin caer en todos los defectos antes señalados, y reforzar por ende, en forma conciente o no, la cultura patriarcal en la que estamos inmersos. Porque si el arte va a cumplir una función crítica en lo social, se trata de un detalle que no puede obviarse sin más.
Pocos filmes logran romper las cadenas de la cultura patriarcal cuando se trata de desnudar a una mujer delante de la cámara. Citaré solo dos ejemplos, que no por casualidad, son filmes que están dirigidos por mujeres inteligentes y desafiantes. El primero de ellos se denomina “Too much pussy”. Y vemos que ya desde su título es una provocación muy bien desarrollada por la directora francesa Émilie Jouvet. Inserta en la cultura Queer y defensora de las minorías sexuales (LGBT), Jouvet nos muestra el tour que realizan un grupo de mujeres lesbianas, representando escenas en teatros de diferentes ciudades. También las muestra en su intimidad, en su vida en común y cuando un desnudo aparece se lo logra despegar de todo fin fetichista.

Una película que he visto recientemente, “Toni Erdmann”, de la realizadora alemana Maren Ade, logra también salir de los lugares comunes y soslayar muchos estereotipos, dando una lección de cómo filmar un desnudo femenino, evitando los problemas antes comentados. La protagonista es una mujer heterosexual que ocupa un alto puesto en una consultora de empresas.

En una larga sucesión de secuencias que duran varios minutos, la protagonista principal se pasea desnuda ante la cámara. Esta parte de la película es capaz de generar una gran incomodidad en el público. La justificación de esos desnudos, es un desafío al espectador. Habrá algunos que querrán ver un ataque de locura de una mujer que hasta ese momento se venía comportando de acuerdo a los cánones sociales habituales. Otros sostendrán que es un acto de protesta contra tanta hipocresía y falsedad que le exige el trabajo que realiza. La cuestión parece más compleja y no es mi intención resolverla aquí. Simplemente porque aún la sigo procesando y debo admitir mi absoluto desconcierto y deslumbramiento al mismo tiempo. El gran mérito de Ade es plantear al espectador más preguntas que respuestas.
Ser capaz, como lo hace Ade, de filmar un desnudo de su propio género de manera tan perturbadora y original, muestra que existe en el mundo del cine un espacio donde se puede seguir creando, con un tema que hasta este filme parecía casi agotado en sus decisiones formales de puesta en escena.